domingo, 10 de abril de 2011

VIENTOS DEL PASADO

 


Cada vez que la vida me regala un año nuevo, empiezo a restar, con los dedos de las manos, los meses que van quedando para que el otoño vuelva a florecer en mi ventana.
 En otoño, la soledad y la nostalgia me vienen de la mano, para cederme la llave que abre la puerta de los recuerdos.
Es entonces cuando salgo por vientos, hacia mi viejo parque del Barranco, para observar como los caprichos del aire, van deshojando sus árboles con un sinfín de finos silbidos terrenales.
 Cada vez que sucede este hecho, el alma se me viene al cuerpo y empiezan a aparecer pequeñas historias en mi mente. Historias atraídas por vientos del pasado, vientos que llenan mis olvidos, vientos que me recuerdan, las veces que correteaba tras la veleta de los ensueños. Estaba creciendo en el mundo y desafiando los miedos que ello suponía.
 Puesto que era otoño, las tardes me daban menos tiempo para poder librar mis ratos de travesuras. Que empezaban, después de hacer todos los deberes.
 La aventura de hoy consistía en cruzar el temible arrollo del Barranco y como siempre, nos juntamos los tres amigos más traviesos del mundo mundial. Francisquito Martoran, su primo Domingo Picón y aquí, el presente.
 Por lo pronto, nos disponíamos a atravesar la Alameda del Barranco. Su espesa selva estaba abarrotada de grandes eucaliptos e inmensos cañaverales. No teníamos miedo ya que siempre marchábamos silbando la música de Sandokan, el tigre de Malasia (eso nos hacia mas fuertes y espantaban a todos los posibles enemigos).
Llegamos al final del peligroso sendero y tras deslizarnos, con una considerable maestría, por la colina del Ventorrillo, fuimos a parar en el mismo filo del arrollo. Allí yacíamos los tres amontonados, llenos de arañones y espolvoreados hasta los dientes.
 No teníamos tiempo que perder ya que el reloj volaba y la tarde empezaba
a despuntarle las orejas a la noche.
 La misión, que ya esta resultando un poco desastrosa, debía continuar aun
contando con muy pocas posibilidades de completarla.
 Ahora tratábamos de cruzar el temido arroyo mugiente y lo debíamos de hacer con mucha pericia, por una de sus partes más estrechas ya que sus aguas eran demasiado bravas y contenía multitud de sobresalientes rocosos, untados con un prieto verdín.
 Cuando la noche nos iba encerrando en su oscurecido manto, logramos a duras penas, llegar hasta la deseada orilla y consumar por fin tal difícil misión.
 Estábamos destrozados, pero felices de haber hecho bien los deberes. Ya tan solo nos quedaba curar las heridas y la reprimenda de nuestras respectivas madres. Aunque nos daba algo de igual, ya que ellas, también formaban parte de todas nuestras aventuras.
 La vida iba pasando entre el colegio y todos los compromisos que acarreaba, el ser uno de los últimos guardianes, de todos los territorios que abarcaba la fantasía............




“Cuando el viento me envuelve al aire en un quejido
se me escapan maravillosos recuerdos de infancia
donde de nuevo vuelvo a ser el niño
que correteaba,
 tras su querido Coronil del alma.”

 
“Con frío de año nuevo
en un rincón de mi casa jugaba
con cuatro taruguitos de madera
que Mena,
 de su caja me prestaba”
                  

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